
La imposición disfrazada de democracia
Por Victoria Aburto
Obediencia institucionalizada. Aquí no decide el pueblo: solo ejecuta.
“Pero que corra la justicia como las aguas, y la rectitud como un río caudaloso.”
— Amós 5:24 (NVl)
Mientras el espectáculo político celebra, el pueblo muere en silencio.
No hay peor afrenta que la mentira que se viste de verdad para imponerse sin reparo. Nos quieren convencer, una vez más, que esto es democracia. Que votar, que elegir jueces, magistrados y ministros, es un acto de libertad soberana. Pero no. Es un teatro macabro donde la verdadera voluntad del pueblo es aplastada, reducida a un eco vacío, mientras los hilos del poder se mueven a espaldas de todos nosotros.
En Tlaxcala, el guion es el mismo de siempre: acuerdos en la penumbra, pactos sin transparencia, imposiciones que se disfrazan con el barniz de la legalidad. No importan los méritos, ni las capacidades, ni siquiera el mandato social. Lo que importa es mantener el control, asegurar las redes de complicidad y perpetuar la hegemonía de quienes deciden sin rendir cuentas.
Se alzan discursos sobre “justicia social”, se nombran a los “más pobres” como prioridad, pero las decisiones siguen beneficiando a los de siempre. Y el pueblo, que no es ciego ni ingenuo, grita —ya no por esperanza, sino por memoria.
Porque el dolor tiene memoria. Porque los pueblos tienen memoria. Y aunque les llamen “ruido”, aunque los ignoren como si fueran solo un fondo incómodo en la transmisión del poder, el pueblo habla. Está hablando. Está gritando.
Esto no es una elección. Es una farsa. Un golpe silencioso contra nuestra dignidad y nuestros derechos. Porque mientras nos hablan de “participación ciudadana”, en los pasillos oscuros se cocinan decisiones que definen el rumbo de nuestra justicia y, con ella, el destino de todos. Se violan las reglas del juego para perpetuar privilegios y cerrar las puertas a la verdadera justicia independiente.
Nos quieren convencer que Morena crece porque el pueblo así lo decidió. Pero sabemos que el crecimiento no es fruto de la libertad, sino del cálculo político, de las negociaciones bajo la mesa, de un poder que se autoabastece y se refuerza con cada elección amañada.
Ya no es cuestión de confianza. Es cuestión de exigir, de no permitir que nos sigan tomando por tontos. La transparencia sigue siendo una palabra hueca, la rendición de cuentas una ilusión y nuestra voz, una amenaza para quienes están en el poder.
No pedimos favores ni migajas. Exigimos justicia real, respeto a nuestros derechos y la posibilidad de ser realmente libres. No somos invisibles, no estamos dormidos. Estamos aquí, más atentos y más indignados que nunca, porque entendemos que la imposición es la antesala de la derrota colectiva.
Que quede claro: no habrá democracia auténtica mientras sigan imponiendo a quienes deberían ser guardianes de la justicia. No habrá soberanía mientras el poder se reparta en acuerdos y pactos que nos dejan afuera. No habrá confianza mientras se burlen de nuestra dignidad.
Desde esta trinchera —que no es cómoda, pero es necesaria— seguiremos escribiendo. Porque escribir es sostener la voz de quienes no tienen micrófono, pero tienen razones. Porque aunque el Estado se tape los oídos, el eco del pueblo no se calla.
Y aunque quieran taparnos la boca, aunque nos quieran invisibles, aquí estamos. Más vivos y más fuertes que nunca.
Nos duelen estas elecciones, no porque esperáramos milagros, sino porque sabemos que seguimos atrapados en un círculo donde la verdadera justicia es un privilegio de pocos, no un derecho de todos.
No callaremos. No nos resignaremos. Seguiremos aquí, mirando, señalando y recordando que la libertad no se negocia ni se entrega, se conquista.
Y algún día, el eco de nuestra rabia y dignidad será el terremoto que derrumbe sus muros de impunidad.
Y algún día, ese eco derribará hasta los muros más blindados.
Porque seremos…
Porque seremos la contracara del poder,
la contracara del olvido,
la contracara del silencio.
Y también,
la contracara del ruido que no escucha.
Donde el silencio ya es delito
Desde el lado incómodo de la historia.
Desde la contracara.
Victoria Aburto
No milito, escribo. Desde la contracara del poder.
Desde la trinchera donde duele el silencio, de la tierra callada de El Carmen Tequexquitla, Tlaxcala.
Periodista | Comunicadora crítica | Voz incómoda de la justicia social
La conciencia no tiene partido. La palabra tampoco.
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