
El manotazo y el tablero: poder, disciplina y ajedrez en Morena
“En política, como en el ajedrez, la reina no necesita gritar para mover el tablero.”
Se cuenta que durante la invasión de Italia, que comenzó en 1796, Napoleón Bonaparte observó con atención a un joven capitán que, en un acto de audacia, desobedeció una orden directa para atacar antes de tiempo. El golpe fue certero y la victoria, fulminante. Pero al día siguiente, el general corso lo llamó a su tienda de campaña. Le ofreció vino, le elogió el coraje… y lo relevó del mando.
“Las órdenes no se discuten cuando te convienen”, le dijo con calma. “El ejército no se construye con héroes impacientes, sino con soldados disciplinados.”
Esa anécdota atraviesa siglos, pero explica con claridad quirúrgica lo que acaba de ocurrir en la política mexicana. Andrea Chávez no fue destituida ni sancionada. Simplemente, se quedó sola. El manotazo no fue ruidoso, fue estratégico. Y la presidenta Claudia Sheinbaum no reaccionó como adversaria, sino como comandante suprema de un ejército que ahora exige orden, lealtad y silencios oportunos.
En el juego del poder, a veces el castigo no es un escándalo, sino el olvido. Y en Morena, donde las facciones ya no solo disputan espacios, sino legitimidades, el mensaje fue claro: quien se adelanta sin permiso, queda fuera del tablero.
Andrea Chávez no fue el centro del conflicto. Fue el síntoma visible de una enfermedad interna: la indisciplina dentro del movimiento y el afán de ciertos grupos por imponer su agenda al margen de la presidenta. El escándalo de las ambulancias —excesivamente rotuladas, presumiblemente financiadas por empresarios afines, y con un uso propagandístico evidente— fue apenas el detonante. Pero el problema es mucho más profundo: la ambición sin medida, el personalismo que desafía el orden institucional y la apuesta de facciones por convertir a Morena en una federación de cacicazgos.
La presidenta Sheinbaum, que hasta ahora había optado por el silencio estratégico, entendió que el momento exigía una señal. No a los medios, ni a la oposición, sino a sus propios cuadros. Su mensaje fue nítido: en este sexenio no se permite que nadie construya candidaturas ni poder autónomo sin pasar por la ruta institucional. Y eso incluye a quienes, como Adán Augusto López, aún se sienten con derecho a disputar espacios desde el Senado.
Muchos esperaban una confrontación directa, con nombres, con expulsiones, con descalificaciones. Pero el poder real no grita: actúa. Claudia movió una sola ficha y el resto del tablero reaccionó. No necesitó desautorizar a Adán públicamente. Bastó con dejar caer a Andrea. Bastó con enviar una carta formal al partido, solicitando reglas claras contra actos anticipados de campaña. Y con eso, logró dos efectos simultáneos: disciplinar sin fracturar, y reafirmar su liderazgo sin necesidad de confrontación abierta.
En el ajedrez político, sacrificar un alfil para proteger a la reina no es una debilidad. Es una jugada inteligente. Y lo que hizo Sheinbaum fue exactamente eso. La dejó caer. No por venganza, sino por pedagogía política. Para que todo el movimiento entienda que el liderazgo ya no está en disputa. Que la etapa del desorden terminó. Y que la presidenta no necesita gritar para imponer su autoridad.
El fondo del asunto tiene implicaciones mucho mayores. Morena vive una transición: de movimiento a partido, de liderazgo carismático a liderazgo institucional, de verticalidad personalista a reglas colegiadas. Pero ese proceso duele. Genera resistencias. Y despierta los viejos reflejos del sistema político mexicano: la tentación del madruguete, del proyecto propio, del culto a la personalidad.
Andrea Chávez fue la expresión más joven y más visible de esa vieja tentación. Con apenas unos años en el escenario nacional, creyó que la popularidad digital, el respaldo empresarial y la visibilidad mediática eran suficientes para construir una candidatura. Y cometió el error más elemental: desafiar la línea sin tener los tiempos, sin cuidar las formas, y sin leer el momento político.
Esa desmesura fue aprovechada —con precisión quirúrgica— por la presidenta para recuperar la iniciativa. Y lo hizo con un gesto que va más allá del caso Chihuahua. Es un mensaje para todo el país, para toda la militancia: en Morena ya no manda quien más grita, ni quien más gasta. Manda quien gobierna.
El episodio también debe ser leído como una lección de manejo de crisis. Ante un escándalo mediático de gran calado, la presidenta no se apresuró a responder. Dejó que los hechos hablaran, que los medios hicieran su parte, y que las propias contradicciones del adversario se hicieran evidentes. Solo cuando la narrativa estaba madura, actuó. Y lo hizo en su estilo: con firmeza, sin estridencias, con consecuencias reales.
Ese estilo, que muchos confundieron con pasividad, comienza a revelarse como una forma eficaz de ejercer el poder en la nueva etapa. Porque gobernar no es reaccionar. Es anticiparse, es contener, es preservar el equilibrio de la coalición sin ceder al chantaje ni al caos interno.
Queda claro que Adán Augusto López ha quedado disminuido en esta jugada. No por derrota personal, sino porque su estilo —más duro, más directo, más tradicional— comienza a chocar con la nueva lógica del poder presidencial. La 4T está en manos de una presidenta que prefiere construir alianzas con método, y no con presión. Que impone sin humillar, pero que no tolera indisciplinas. Y eso cambia por completo las reglas del juego.
Para Morena, el caso Andrea Chávez no es una anécdota. Es un parteaguas. Un recordatorio de que la transición del liderazgo exige más que lealtad discursiva: exige respeto por las reglas del juego. Y que quien las rompa, por más joven o visible que sea, puede quedarse fuera.
Moraleja:
En política, como en la campaña de Italia de 1796, a veces los generales más brillantes no premian la osadía, sino la obediencia estratégica. Porque el verdadero poder no necesita aplausos para imponerse, solo necesita mover una pieza para que todos entiendan quién está jugando… y quién ya fue removido del tablero.
Raúl Reyes Gálvez es economista, consultor político y analista de estrategias de poder con una trayectoria como diputado, regidor y operador de campañas.
Comentarios