
Desde la trinchera donde duele el silencio.
Por Victoria Aburto
El Nuevo César: ¿El Pueblo Seguirá Siendo Invisible?
“Ay de quienes suben al trono y olvidan a su pueblo;
porque el poder no es corona, sino carga;
no es privilegio, sino responsabilidad.”
“Ay de los que dictan leyes injustas, y prescriben tiranía,
para apartar del juicio al justo y para quitar el derecho a los afligidos de mi pueblo…”
— Isaías 10:1-2
En Tlaxcala, la política parece un teatro de máscaras donde los mismos actores cambian de disfraz para seguir engañando. Ahora, con la elección de magistrados y ministros, la pregunta no es nueva, pero sigue siendo urgente: ¿quién será el próximo “nuevo César”? ¿Uno más que usará al pueblo como escalera para su propio beneficio? ¿O alguien que de verdad entienda que el poder es una responsabilidad, no un botín para saquear?
El poder revela, no transforma. Y tristemente, la historia está llena de quienes prometieron cambio desde la tribuna, para después convertir sus cargos en muros que aíslan, en privilegios que los separan del pueblo que juraron servir. No es casualidad que quienes suben al trono olviden a quienes los impulsaron.
El pueblo no es un adorno para las campañas, ni un simple número en la boleta. Es la razón de ser de cualquier gobernante legítimo. Pero ¿cuántos nuevos “Césares” entenderán eso y resistirán la corrupción, la arrogancia y la indiferencia?
Este es el verdadero reto: no caer en la trampa de la élite que gobierna para sí misma. No ser un simple títere de intereses escondidos, sino un servidor auténtico que se arremanga para resolver las heridas que otros dejaron abiertas.
Al nuevo magistrado, ministro o jueces que lleguen, le digo: el pueblo no tolerará más discursos vacíos ni compromisos de papel. La paciencia se agota, la vigilancia crece y la exigencia es clara: cumplan, o serán destituidos por la voz implacable de quienes no van a seguir siendo invisibles.
¿Y si esta vez fuera diferente?
¿Y si esta fuera la vez en que alguien realmente marque la diferencia? ¿Existirá, por fin, un líder que no olvide sus raíces, que no se deje atrapar por el juego del poder, que no se transforme en parte del sistema que solo sirve a unos pocos? Porque el pueblo está cansado de las promesas vacías, de los discursos que solo buscan obtener votos y luego se olvidan de los que están detrás de ellos.
Los servidores públicos existen para servir, no para ser servidos.
Están para atender las necesidades del pueblo, no para esperar que el pueblo los atienda. Su responsabilidad es cumplir con lo que se comprometen, no hacer promesas vacías que nunca se concretan. Y si el pueblo lo exige, deben recordar, sin lugar a dudas, que el poder está en manos del pueblo, y que pueden ser destituidos en cualquier momento si no cumplen con su deber.
Este junio, los tlaxcaltecas tendrán nuevamente la oportunidad de elegir a quienes los representarán en los más altos cargos. Pero no se engañen: no es una fiesta democrática, es un examen de conciencia.
¿Será esta una oportunidad real para cambiar el rumbo, o solo veremos desfilar a los mismos ambiciosos de siempre, con nuevos disfraces y viejas traiciones?
El pueblo ya no compra discursos. Ya no aplaude gestos vacíos. Ya no se deja usar.
El que llegue, que lo sepa: no hereda privilegios, carga con deudas históricas. No ocupa un puesto, ocupa una herida abierta. Y si no está dispuesto a sanar, que no se atreva a tocarla.
Los candidatos deben recordar una cosa —y que les retumbe antes de dormir—:
el pueblo no es un medio para alcanzar el poder.
El pueblo es el límite, el juez y el destino final de quien se atreve a gobernarlo.
Y esta vez, no va a perdonar.
La conciencia no tiene partido. La palabra tampoco.
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